Читать онлайн книгу "Capricho De Un Fantasma"

Capricho De Un Fantasma
Arlene Sabaris










Capricho de un fantasma

Primera Parte

Cuando Callan las Almas





Por Arlene Sabaris




CapГѓВ­tulo 1


El antiguo reloj de pared marcaba las siete de la noche. Aquella inmensa casa parecГѓВ­a susurrar por los pasillos su propia historia. Mientras tanto, Virginia tomaba su tercera taza de tГѓВ© de menta e intentaba redactar por ГѓВєltima vez el informe que debГѓВ­a enviar antes de medianoche. No era una tarea sencilla pensar en el trabajo sabiendo que a sГѓВіlo unos pasos estaba ГѓВ©lГўВЂВ¦

La habitaciГѓВіn pintada totalmente de blanco le transmitГѓВ­a paz; la vista desde su balcГѓВіn a la piscina de la hermosa villa campestre invitaba a un chapuzГѓВіn y sus dedos inquietos sobre el teclado le sugerГѓВ­an que le enviara un mensaje de texto a su vecino del cuarto de al lado. EscogiГѓВі la pazГўВЂВ¦

Siguió intentando despejar sus pensamientos, meditó unos minutos y volvió al teclado. Finalmente, cerca de las ocho de la noche, logró enviar el correo electrónico que esperaban en su oficina y pudo cerrar con entusiasmo la computadora. Le dio el último sorbo a su cuarta taza de té y el sabor familiar de la menta le recordó aquellos tiempos felices de mojitos y margaritas, cuando las risas a escondidas con sus amigas eran la orden del día y las historias graciosas sobre estrellas que se van al infinito alumbraban las madrugadas, mientras caminaban en la Zona Colonial de una fiesta a otra. Ella nunca fue una chica de fiestas, pero sí una apasionada de la música, disfrutaba cada canción e incluso de cada pausa, los cláxones de conductores impacientes y hasta la melodía que parecía provenir de la brisa acariciando los muros de piedra colonial que encerraban terribles fantasmas… sus propios fantasmas.

El sonido de unos pasos agitados interrumpió sus pensamientos y se quedó atenta esperando a que alguien llamara a la puerta de su habitación, pero no pasó nada. Se recostó una vez más en la inmensa cama con sábanas blancas y olor a flores frescas. Sintió que alguien pasaba cerca de su puerta y pensó que quizá había sido una empleada de la casa. Regresó a soñar despierta con su recién abandonada juventud… apenas pasaron unos instantes cuando el sonido de los pasos la hizo incorporarse. Esta vez puso más atención y su corazón dio un salto cuando escuchó que tocaban la puerta y la llamaban por su nombre.

— ¿Virginia? Soy yo, Andrés… ¿Puedo pasar?

—Sí… pasa…

—Voy a salir a cenar, ¿quieres ir?

—Sí, sí, ¡me muero de hambre! Salgo en un momento.

El mundo siguió girando, a pesar de que se había parado por un instante o, mejor dicho, por dos… primero para Andrés, que había tenido que armarse de valor para tocar la puerta después de su primer intento fallido. Luego se detuvo para Virginia, que dejó de respirar cuando escuchó la voz de Andrés atravesar la puerta. Imposible saber quién intentaba parecer más indiferente o quién estaba más enamorado; su historia era indescifrable a sus propios ojos y a ojos de cualquier espectador. La casa de playa donde estaban hospedados era el escenario ideal para definir hacia donde iría su relación, quizá había llegado el momento de que descubrieran qué pasaba entre ellos y por qué, aunque se conocían desde hacía mucho, habían sido incapaces de mirarse a los ojos el tiempo suficiente para descubrir sus verdaderas intenciones.

Tendrían dos días y dos noches completas solos en esa casa, pues el resto de los invitados no llegaría hasta el fin de semana, así que esa noche del miércoles sería la primera vez que se sentarían a cenar sin que hubiera nadie en medio… porque juntos habían salido muchas veces, pero, ¿solos? ¡Solos jamás! Quizá eso les ayudaría a desenmarañar su historia; nunca habían estado solos, algo superior a ellos dos lo había estado impidiendo todos estos años… ¡Quizá ese algo no había venido a la playa! ¡Quizá por fin podrían mirarse a los ojos!




CapГѓВ­tulo 2


Sus ojos cafГѓВ© brillaban irresistibles esa noche, pensГѓВі ella, a pesar de que apenas y levantГѓВі la vista. Se incorporГѓВі y decidiГѓВі cambiarse los pantalones cortos y la camiseta que llevaba por un vestido de playa con flores lilas y azules que llegaba al tobillo, el vaivГѓВ©n de su ancha falda imitaba el movimiento de las olas. TambiГѓВ©n se puso unas sandalias azules adecuadas para caminar en la arena y un bolso diminuto donde apenas cabГѓВ­a su telГѓВ©fono celular. El cabello, ahora largo a media espalda, un poco distinto a como lo llevaba cuando se conocieron, estaba recogido en el inicio de su cuello con sencillez; no querГѓВ­a parecer muy arreglada. SaliГѓВі del cuarto y caminГѓВі por el pasillo escudriГѓВ±ando los cuadros en las paredes y procurando no hacer ruido. SabГѓВ­a que ellos eran los ГѓВєnicos en la casa, pero la costumbre de salir de casa a hurtadillas de su hija pudo mГѓВЎs y se dirigiГѓВі con sigilo a la sala. AllГѓВ­ lo encontrГѓВі sentado con la impaciencia tГѓВ­pica de los hombres cuando tienen hambre, moviendo la rodilla derecha descontroladamente y mirando el reloj de pulsera que apenas marcaba diez minutos desde la ГѓВєltima vez que se vieron.

—Podemos irnos… ¡Estoy lista! ¿Dónde quieres cenar?”

— ¡Por fin! — La molestó él, como siempre hacía— Lo que quieras, podemos ir al restaurante que está en La Marina.

—De acuerdo.

La villa donde estaban hospedados pertenecГѓВ­a al lujoso y popular complejo vacacional Villas ParaГѓВ­so, que se erguГѓВ­a presuntuoso en la lГѓВ­nea de playa de Las Galeras en la penГѓВ­nsula de SamanГѓВЎ. MГѓВєltiples celebridades tenГѓВ­an propiedades allГѓВ­, por lo que encontrarse a algГѓВєn actor en la playa era cosa de todos los dГѓВ­as. TambiГѓВ©n las familias de alto abolengo disfrutaban los fines de semana en sus villas privadas, respirando aire fresco mientras las aguas del cristalino ocГѓВ©ano AtlГѓВЎntico se mecГѓВ­an a sus pies y el sol en eterno verano del Caribe Tropical bronceaba sus espaldas. En Villas ParaГѓВ­so al traspasar la entrada principal viajabas a una dimensiГѓВіn paralela donde no habГѓВ­a cuentas que saldar; solo estaban el mar, la mГѓВєsica, las piГѓВ±as dulces, las copas de vino y tГѓВє. Un verdadero paraГѓВ­so tropical donde no pasaba nada pero a la vez podГѓВ­a pasar cualquier cosa; el cielo era literalmente el lГѓВ­mite.

Andrés y Virginia salieron sin prisa, subieron al carrito de golf en el que podían trasladarse dentro del complejo y se dirigieron al restaurante. Él conducía y ella pretendía mirar el paisaje. Hablaron del clima, como era de esperarse, y finalmente, para hacer más ameno el camino, ella le preguntó qué le parecía el novio… Cierto, estaban allí por una boda, la de una amiga en común. Iveth se había casado y divorciado muy joven y ahora había encontrado el amor en Gastón, un joven fotógrafo muchos años menor que ella, a quien había conocido en sus clases de Yoga. Era un chico apuesto y caballeroso que había nacido y vivido en Grenoble, Francia, hasta el traslado de su padre a la República Dominicana en una misión diplomática el año anterior. Se había instalado con su familia, compuesta solamente por Gastón y su madre, Elise. Recién graduado en Periodismo por la prestigiosa universidad de su ciudad natal, había hecho también estudios especializados en fotografía, por lo que encontró quehacer rápidamente y abrió un estudio fotográfico especializado en exteriores. Hablaba, además del francés, un español fluido, un portugués respetable y un inglés vergonzoso. Todo un galán. Como hubiese dicho la tía Esther, si ella tuviera 20 años menos… En fin, Iveth y Gastón llevaban juntos unos seis meses cuando decidieron casarse y allí estaban todos unos meses después, esperando a los invitados internacionales, a los familiares y amigos cercanos de la pareja. Un grupo de amigos de la novia decidió rentar una villa y la organizadora de la boda, una chica simpática llamada Lourdes, se encargaría de gestionarla. Cuando Andrés recibió su llamada para que confirmara si iba acompañado y si podía compartir habitación, él le dijo que iría solo y que no necesitaba alojamiento, pues usaría la villa de sus padres. De inmediato, ella le preguntó si podía cederle lugar allí para guardar algunas cosas en los días previos a la celebración y si había espacio para acoger a algunos invitados de emergencia, a lo que él respondió que estaría allí desde el lunes para gestionar algunos temas de mantenimiento, por lo que estaba a la orden si necesitaba algo.

Esta boda tenГѓВ­a un itinerario largo, pues primero habrГѓВ­a un ensayo el jueves, luego una cena de compromiso el viernes y, finalmente, la celebraciГѓВіn serГѓВ­a el sГѓВЎbado. Algunos invitados llegarГѓВ­an desde el miГѓВ©rcoles para el ensayo, por eso Virginia estaba allГѓВ­, era una de las damas de honor y debГѓВ­a traer desde la ciudad todo el ajuar de la novia y otros encargos. Lourdes no tenГѓВ­a villas contratadas hasta el jueves, asГѓВ­ que cuando ella llegГѓВі, debiГѓВі alojarse en la villa de AndrГѓВ©s.

Cuando sus miradas se cruzaron en la puerta, se dieron el susto de sus vidas. Ninguno de los dos estaba esperando encontrarse con el otro, él no sabía quién era la visita que iba a alojar y ella no sabía que iba a alojarse con él… Ambos querían la cabeza de Lourdes en aquel momento. Casi dos años sin verse cara a cara y encontrarse así de repente, sin tiempo para pensar un saludo adecuado. Se verían en la boda, eso estaba claro, ambos lo sabían, pero había tiempo y alcohol suficientes para preparar el momento. Ahora, frente a frente, en el recibidor de la villa diecisiete, las palabras no les salían, el tiempo se hizo infinito y una fina llovizna de verano comenzó a caer ese veintiuno de junio a las dos de la tarde. Este día de solsticio sería muy largo…




CapГѓВ­tulo 3


Llueve a cГѓВЎntaros en la carretera de camino a SamanГѓВЎ, pasa del mediodГѓВ­a y Virginia solo piensa en llegar a la villa, entregar los paquetes que le encargaron llevar a la organizadora y sentarse a escribir el informe que esperan en su oficina. Su empresa de asesorГѓВ­a inmobiliaria estГѓВЎ asociada a una multinacional a la que debe rendir informes cada mes y, a pesar de que el de junio no se vence hasta el viernes veintitrГѓВ©s, debido a los dГѓВ­as feriados de La FГѓВЄte nationale du Quebec, su casa matriz solamente recibirГѓВ­a informes hasta el miГѓВ©rcoles veintiuno. Las horas en carretera la habГѓВ­an aburrido inmensamente. Se habГѓВ­a pasado las tres horas del camino desde la capital ensayando una conversaciГѓВіn imaginaria con AndrГѓВ©s, en la que ГѓВ©l respondГѓВ­a justo las lГѓВ­neas que ella habГѓВ­a redactado en su cabeza para ГѓВ©l; enfrentaban sus fantasmas del pasado y quedaban como amigos por y para siempre. Sin silencios incГѓВіmodos, sin confesiones inconclusas y, sobretodo, sin ilusiones. SerГѓВ­a inevitable verlo en la boda o inclusive antes, asГѓВ­ que debГѓВ­a estar lista.

Lourdes esperaba las decoraciones con ansias y la habГѓВ­a llamado un par de veces para comentarle que tenГѓВ­a el alojamiento listo, que ya estaba esperГѓВЎndola en la Villa 17 para recoger todo y que ella no tuviera que moverse innecesariamente. AparcГѓВі al lado de un jeep negro en el estacionamiento de la casa; en la entrada, en un auto dorado, estaba recostada una chica agitada y ansiosa que esperaba hablando por telГѓВ©fono con algГѓВєn suplidor. Se emocionГѓВі al ver entrar a Virginia y la abordГѓВі enseguida a la vez que instruГѓВ­a a un pobre chico que la acompaГѓВ±aba a que sacara todo del auto, pues los estaban esperando en alguna parte.

—Aquí estarás alojada, Virginia, al menos hasta el sábado, que ya debes trasladarte a la villa de la novia. ¡Gracias por venir antes, has salvado mi vida! —exclamó Lourdes, emocionada.

— ¿Entonces estaré sola acá hasta el viernes? ¿Hay empleados durmiendo aquí? —preguntó Virginia mientras se adentraban en los jardines de la casa para alcanzar el timbre.

— ¡Oh, no! ¡No estarás completamente sola, quiero decir! No te preocupes, los empleados no duermen en la casa, pero el dueño sí, seguro que se conocen; está invitado a la boda —dijo Lourdes entusiasta mientras tocaba la puerta.

— ¡Ya va! —gritó Andrés desde dentro mientras abría la puerta.

— ¡Aquí dejo a la huésped! Gracias de nuevo por tu hospitalidad. Debo irme, así que los veo luego a ambos. ¡Ciao! —se despidió presurosa Lourdes alejándose hacia el auto.

Mientras tanto, Virginia, con los nervios de punta, parada frente a ГѓВ©l, con la computadora colgada de un hombro, la maleta a su lado en el suelo y las manos llenas de vestidos cuidadosamente guardados en sus protectores, apenas y lo saludГѓВі con un:

—Hola, ¡no sabía que esta era tu casa!

—Yo tampoco sabía que eras mi huésped… ¿Necesitas ayuda? —dijo él tomando la maleta y señalando la computadora.

Ella no contestó y se limitó a seguirlo. Se veía igual que antes… ¿O más guapo? Ese último matrimonio definitivamente le había hecho bien, lástima que terminara apenas dos años después. Definitivamente no le había afectado, no se veía triste para ser alguien que recién se había divorciado cinco o seis meses antes. ¡Cuántas cosas pasaron por su cabeza mientras caminaban hacia la habitación! «Estoy muy callada», pensó, y decidió hacer un comentario sobre el clima. Él parecía muy confundido de que ella estuviera allí, así que tal vez también estaba nervioso, ¿o quizá no? Virginia nunca había sido buena para saber lo que él pensaba… Si tan solo lo hubiera sido…

Afuera, la fina llovizna habГѓВ­a dado paso a un sol radiante que se reflejaba en la piscina. Toda la sala parecГѓВ­a una extensiГѓВіn del jardГѓВ­n trasero, pues las inmensas paredes de cristal que separaban la casa del patio no tenГѓВ­an cortinas. La luz inundaba la casa y los verdes paisajes del jardГѓВ­n trasero integraban la naturaleza con el vanguardismo, mientras el olor a vainilla desatado en el ambiente le recordГѓВі a Virginia que necesitaba un cafГѓВ©.

Recorrieron juntos el pasillo. La casa tenГѓВ­a dos habitaciones en el primer piso y dos mГѓВЎs en el segundo. Una mezzanina con vista a la piscina alojaba una terraza adornada con jardines verticales, una romГѓВЎntica y diminuta pГѓВ©rgola de madera, hamacas gemelas y la imperdible vista de la bahГѓВ­a. ГѓВ‰l la condujo a una habitaciГѓВіn del primer piso mientras le indicaba que ГѓВ©l estaba en la de al lado, ya que arriba estaban reparando los baГѓВ±os y no terminarГѓВ­an hasta el dГѓВ­a siguiente. Su cuarto con amplias ventanas tambiГѓВ©n olГѓВ­a a vainilla y volviГѓВі a pensar en el cafГѓВ©, esta vez fue mГѓВЎs atrevida y se lo pidiГѓВі sin titubeos a su anfitriГѓВіn, que inmediatamente la llevГѓВі a la cocina y aprovechГѓВі para mostrarle el resto de la casa.

Café en mano, subieron a la mezzanina, a la cual se accedía desde la sala y, tras ver las hamacas, pensó que ese era su lugar favorito en la casa, hasta que recordó que aún debía enviar aquel informe… Sus pensamientos de plácido descanso se esfumaron en un santiamén. Le agradeció el café y le dijo que debía trabajar. Bajaron las escaleras en silencio y al llegar al salón, Andrés se sentó en el sofá y tomó el control del televisor.

— ¿Quieres que te avise para salir a cenar? Marilú se marcha a las seis de la tarde —dijo Andrés, refiriéndose a la chica encargada de la cocina.

—Sí, claro. Espero terminar este informe pronto —respondió Virginia mirando su reloj, que ya marcaba las tres de la tarde.

Se marchГѓВі al cuarto, cafГѓВ© en mano. Al entrar, buscГѓВі su computadora y un lugar para colocarla. DivisГѓВі un escritorio blanco donde reposaban una mГѓВЎquina de cafГѓВ© elГѓВ©ctrica que no habГѓВ­a visto antes, ademГѓВЎs de cafГѓВ© y tГѓВ©s variados listos para preparar y dos tazas de fina porcelana a juego con el papel tapiz primaveral de la habitaciГѓВіn. Definitivamente este lugar habГѓВ­a sido decorado por y para una mujer. TerminГѓВі de beber su cafГѓВ©, encendiГѓВі la computadora, comenzГѓВі a escribir y se sirviГѓВі su primera taza de tГѓВ© de menta.




CapГѓВ­tulo 4


Una leve sonrisa se dibujГѓВі en su rostro cuando escuchГѓВі la noticia de la boda. Siempre habГѓВ­a apreciado a Iveth y sabГѓВ­a cuГѓВЎnto habГѓВ­a sufrido en su primer matrimonio; su amistad habГѓВ­a durado ya muchos aГѓВ±os. Se habГѓВ­an conocido en la agencia de viajes donde primero habГѓВ­an sido compaГѓВ±eros y de la que ella ahora era gerente general. Fue en esa agencia de viajes donde ГѓВ©l habГѓВ­a visto a Virginia por primera vez hacГѓВ­a poco mГѓВЎs de diez aГѓВ±os. La recordaba con el cabello negro y corto bordeando sus hombros, un traje sastre gris y su voz melodiosa preguntando si podГѓВ­a por favor decirle dГѓВіnde estaba la oficina de Iveth Castillo. Ese dГѓВ­a ГѓВ©l se ofreciГѓВі a conducirla con la amabilidad tГѓВ­pica de un caballero educado en Quebec y la acompaГѓВ±ГѓВі hasta que, una vez con Iveth, ella los presentГѓВі. Algo pasГѓВі ese dГѓВ­a, pues el resto de la tarde no pudo evitar pensar en ella un par de veces, aГѓВєn no sabГѓВ­a por quГѓВ©. Ahora, tantos aГѓВ±os despuГѓВ©s, seguГѓВ­a pasando lo mismoГўВЂВ¦

Esa tarde de junio, mientras veía una película de James Bond para equilibrar las cursilerías inevitables de los días por venir y tomaba una copa de coñac sentado en la sala de la villa, el sonido de las ametralladoras fue interrumpido por el de un auto acercándose a la propiedad. La vio a través de la ventana de la sala bajar del automóvil gris platinado y empezar a descargar infinidad de vestidos, una maleta y quién sabe cuántos ajuares más. Lourdes le avisó de su huésped anticipada unos días antes, pero se refirió a ella como «Betina», y él pensó que sería una amiga del novio. Su cabello ahora largo recorría su espalda, los pantalones cortos de mezclilla dejaban ver sus piernas bien formadas y, a pesar de que ensayó más de una forma de saludar mientras esperaba detrás de la puerta a que tocaran el timbre, no consiguió disipar su sorpresa cuando finalmente salió a su encuentro.

Trató de hablar pausadamente para no evidenciar sus nervios, pero no pudo disimular su sorpresa, que era tan genuina como su inquietud. Levantó su maleta y la llevó directamente a su habitación, pensó que quizá debía invitarle un trago y justo entonces ella le pidió un café. Su padre estaría avergonzado de él, ¡ella había tenido que pedirle algo de beber! Tantos años ejerciendo la diplomacia en Quebec no habían servido para nada. Andrés era hijo de un funcionario del servicio exterior asignado por muchos años a Canadá y una dama de alta sociedad dominicana, había estudiado Negocios Internacionales y hablaba con fluidez el inglés y el francés. Llegó a Quebec siendo un niño, pero guardaba recuerdos agradables de las estancias de verano con su abuela materna en Santiago de los Caballeros, la segunda ciudad más importante de su país natal. Ya retirado su padre, la familia regresó al país y él hizo lo mismo al terminar sus estudios en Quebec; sus dos hermanas menores, Anne y Sophie, sin embargo, habían nacido en Canadá y habían hecho allí su vida, solo regresaban en épocas festivas; su hermano mayor, Dante, era violinista profesional y viajaba con la filarmónica de Quebec todo el año. Todos los hijos de aquella pareja, don David y doña Sonia, habían sido educados en el más fino de los protocolos, conocían cada palabra apropiada para cualquier situación inapropiada y definitivamente todos sabían las reglas de etiqueta para recibir una visita: ¡él las había quebrantado todas!

Regla n.º 1: No hacer esperar a la gente en la puerta si ya sabemos que están allí. Espiar qué trae puesto y con quién viene no es correcto. (¡Quebrantada!)

Regla n.º 2: No se detenga a charlar en la puerta, hágales pasar y cierre la puerta. (¡Quebrantada! ¡Por poco tiempo, por suerte!)

Regla n.º 3: Preguntar si la persona desea tomar algo. (¡Quebrantada!)

Regla n.º 4: Mostrar la casa si la visita es de confianza. (¡Quebrantada!)

Había reaccionado tarde, pero al menos todavía podría mostrarle la casa y eso hizo una vez le brindó café. « ¡Estoy embriagado!», pensó… ¿cómo podía haber olvidado cosas tan elementales? Pero apenas había tomado el primer sorbo de su coñac cuando escuchó el auto llegar.

ComenzГѓВі a enmendar su error mostrГѓВЎndole el primer piso, siguiГѓВі con el segundo y se detuvieron en el entrepiso, su lugar favorito de la casa, aquel que doГѓВ±a Sonia habГѓВ­a diseГѓВ±ado con ilusiГѓВіn evocando el jardГѓВ­n de lo que habГѓВ­a sido su casa por casi veinte aГѓВ±os en Quebec. PensГѓВі dejar los jardines exteriores como ГѓВєltima parada del tour, considerando que la piscina climatizada era un atractivo que merecГѓВ­a las fanfarrias finales, pero ella interrumpiГѓВі bruscamente su elaborado mapa mental cuando prefiriГѓВі irse a su cuarto. Mientras bajaban las escaleras pensГѓВі en fingir indiferencia, pero una vez en la sala le comentГѓВі algo sobre salir a cenar, ella asintiГѓВі y asГѓВ­ quedaron en verse mГѓВЎs tarde.

PulsГѓВі el botГѓВіn de reanudar en su pelГѓВ­cula de James Bond y unos minutos despuГѓВ©s pensГѓВі en la ГѓВ©poca en la que ГѓВ©l tambiГѓВ©n habГѓВ­a tenido que hacer informes, se apiadГѓВі de ella y la perdonГѓВі de inmediato.

Su primer trabajo en la capital dominicana fue en aquella agencia de viajes, como encargado de los programas educativos internacionales. Pronto se hizo popular entre las chicas por su incomparable gentileza y caballerosidad, tan distinta a la actitud de los demГѓВЎs jГѓВіvenes. Su inteligencia era evidente y sus temas de conversaciГѓВіn, infinitos, pero sin duda su mejor atributo era su amabilidad. AllГѓВ­ hacГѓВ­a los informes, no solo de su gestiГѓВіn, sino que ayudaba con los suyos a los compaГѓВ±eros que no manejaban otros idiomas con fluidez.

Ahora corregía informes. Era profesor titular en el Instituto de Formación Diplomática y Consular. También tenía una empresa que daba servicios de traducción de documentos y de eventos. Su porte juvenil, a pesar de acercarse peligrosamente a los cuarenta, se debía a las muchas horas que pasaba nadando y jugando tenis, sus actividades deportivas preferidas. También jugaba ajedrez y disfrutaba del vino tinto si era en buena compañía. Esa tarde, mientras llegaba la hora de cenar, recordó una que otra aventura que involucraba una botella de vino y a Virginia… Se acercó un par de veces a la habitación hasta que finalmente tocó. Pasaban de las siete.

Se sentГѓВі en la sala a esperar con visible ansiedad, hasta que unos minutos mГѓВЎs tarde vio las flores lilas y azules de su vestido asomarse al pasillo. Salieron en el carrito de golf hablando sobre el clima y entonces ella preguntГѓВі quГѓВ© le parecГѓВ­a el novio de Iveth. Evidentemente ella no sabГѓВ­a que ГѓВ©l los habГѓВ­a presentado, asГѓВ­ que sin abundar en detalles le dijo que lo conocГѓВ­a y era un buen muchacho.

La Marina estaba a cinco minutos de la villa, asГѓВ­ que no tuvieron mucho tiempo para conversar. El recuperГѓВі algo de su cortesГѓВ­a caracterГѓВ­stica y la ayudГѓВі a salir del carrito, pues su largo vestido se quedГѓВі atrapado en el asiento. En ese momento sus rostros estuvieron tan cerca que era difГѓВ­cil distinguir de lejos que no eran pareja. Caminaron juntos hacia el restaurante y la luna en cuarto menguante miraba desde lejos con curiosidad cГѓВіmo una pareja y tres sombras dibujaban el suelo aquella noche de solsticio.




CapГѓВ­tulo 5


La algarabía de los comensales de la mesa situada al final de la terraza era insostenible. «Hoy día todos los jóvenes son escandalosos y fuman incesantemente», pensó ella; no le dijo nada a su acompañante para no parecer antipática, pero la verdad es que estaban haciendo mucho ruido y con el paso de los minutos se integraban más chicos a la mesa bulliciosa. La vista, sin embargo, era preciosa; los lujosos yates delineaban el puerto en todo su esplendor, algunos con las luces encendidas reflejando en el agua sus mástiles majestuosos. En alguno de ellos celebraban fiestas y en algún otro la desolada cubierta aguardaba ansiosa a que llegaran invitados.

AndrГѓВ©s interrumpiГѓВі sus pensamientos cuando le preguntГѓВі si querГѓВ­a tomar algo.

—Una copa de vino… ¡Por los viejos tiempos! —exclamó con energía, a pesar de que segundos después ya se estaba arrepintiendo de su atrevimiento.

—Los viejos tiempos… ¿Y tú piensas alguna vez en esos viejos tiempos? —le preguntó él con su característico tono jocoso, pero evidentemente ávido de una respuesta.

—Me parece que han pasado mil años desde que abandonamos el tren de la juventud. Es inevitable recordar con nostalgia esas noches en la avenida hablando tonterías. ¡He intentado recordar de qué hablábamos, pero no consigo hacerlo!, ¿tú lo recuerdas? —inquirió Virginia, mientras colocaba ambas manos en su barbilla y se inclinaba hacia Andrés con la curiosidad de una niña.

— ¿Puedo traerles algo de beber? –interrumpió el mesero enérgicamente mientras les observaba expectante.

—Una botella de vino tinto, reserva. Y, por favor, traiga la bandeja de quesos como entrada —dijo Andrés al mesero y luego agregó mirando fijamente a Virginia— ¡Como en los viejos tiempos!

Ella se sonrojó y sus pensamientos viajaron nuevamente en el tiempo a una de esas noches juveniles, donde, bajo la luz de una luna llena habían caminado juntos en la Zona Colonial con un grupo de amigos, quizá siete en total. Uno de ellos, atrevido como ninguno, pasó una mano sobre su hombro y le preguntó en secreto: « ¿Cuándo saldrás finalmente con Andrés?»

La tomó por sorpresa; no era algo que ella hubiera pensado responderle a él y solo le dijo: « ¿Cómo puedo responderte a ti lo que no me han preguntado ni siquiera a mí? ¿Qué te hace pensar que Andrés quiere salir conmigo?». Su amigo sonrió y dijo para sí, aunque ella pudo perfectamente: «no sé cuál de los dos está más despistado» y siguió caminando con el grupo. Eso la dejó pensando el resto de la noche y no volvió a mirar a Andrés con los mismos ojos. Habían salido muchas veces juntos, pero la multitud que siempre los acompañaba era la protagonista principal de todos sus encuentros, y no ellos. Sin embargo, esa noche comenzó a pensar seriamente si el comentario de Osvaldo había tenido algo de sentido. Esa noche las cosas comenzaron a cambiar, y por primera vez en los meses que llevaban conociéndose, pensó en Andrés con la curiosidad de quien investiga un misterio digno de Agatha Christie.

La bandeja de quesos llegГѓВі antes que el vino y el maГѓВ®tre abordГѓВі la mesa apresuradamente pidiendo disculpas en nombre del camarero y se llevГѓВі al pobre chico que, con rostro de confusiГѓВіn indescriptible, sostenГѓВ­a tembloroso la bandeja, mientras intentaba pedir disculpas tambiГѓВ©n, aunque no sabГѓВ­a exactamente el motivo. Virginia no contuvo la risa y AndrГѓВ©s la contemplГѓВі divertido, a la vez que recibГѓВ­a nuevamente al maГѓВ®tre que estaba de regreso con el vino, que descorchГѓВі ceremoniosamente. Hicieron el primer brindis y unos minutos despuГѓВ©s el mundo a su alrededor parecГѓВ­a haber desaparecido. Ya no se escuchaba el bullicio de los jovencitos de la mesa del fondo. La bandeja de quesos de repente ya estaba en la mesa y ninguno notГѓВі cuГѓВЎndo la habГѓВ­an traГѓВ­do, la botella de vino llegaba a sus ГѓВєltimos instantes de vida y ni siquiera habГѓВ­an recordado ordenar la cena, estaban ensimismados el uno en el otro, hablando tan bajo que apenas entre ellos podГѓВ­an escucharse. En algГѓВєn momento pidieron otra botella de vino y una bandeja de antipastos, siguieron hablando, riendo y brindando hasta que el camarero despistado interrumpiГѓВі con la voz agГѓВіnica de aquel que espera un regaГѓВ±o para avisarles que la cocina iba a cerrar y que si iban a ordenar algo de cenar debГѓВ­a ser en aquel momento. Virginia se extraГѓВ±ГѓВі por el comentario y levantГѓВі la vista para notar que la suya era la ГѓВєnica mesa ocupada del restaurante y que casi todas las luces estaban apagadas. Por alguna razГѓВіn habГѓВ­an pasado mГѓВЎs de tres horas y no habГѓВ­an ordenado ni siquiera la cena. No tenГѓВ­an hambre y coincidieron en pedir la cuenta, mirГѓВЎndose con complicidad y a punto de estallar en risas, salieron minutos despuГѓВ©s del restaurante a punto de alcanzar la medianoche.

—Sonia está aquí en el puerto, ¿la quieres ver? —dijo Andrés con tono galante mientras caminaban por La Marina en dirección al carrito de golf.

— ¿Sonia? ¿Y por qué querría yo verla? —dijo Virginia en tono sarcástico, intentando disimular un repentino ataque de celos.

— ¿No te gustan los yates? —dijo él sonriente y percibiendo, feliz, que había logrado molestarla.

— ¡A veces puedes ser tan…! Argghhh! —le dijo ella, molesta cuando entendió que se refería al yate de sus padres, que se llamaba igual que su mamá: Sonia.

— ¡Ja, ja! ¿Estabas celosa? —le dijo mientras la tomaba del brazo y la conducía de vuelta a La Marina, de camino al bote.

La noche de solsticio definitivamente serГѓВ­a larga. La luna susurraba en el cielo un poema de amor, la mГѓВєsica de un grupo de jazz emergГѓВ­a entusiasta desde uno de los yates vecinos y AndrГѓВ©s y Virginia caminaron juntos como tantas veces, pero solos por primera vez.




CapГѓВ­tulo 6


Aquel sueño la había despertado otra vez. Sudorosa y respirando afanosamente se puso de pie y quiso correr a la cocina pero recordó que no era su casa. «Hay agua en la jarra del escritorio», pensó, y fue a buscarla, tomó un sorbo y recuperó el aliento. Eran las tres de la madrugada.

Recapituló la noche poco a poco y pensó que apenas haría media hora de su regreso de La Marina con Andrés. Se separaron en la puerta de su cuarto, no porque ella quisiera, pensó en ese instante, sino porque probablemente ninguno de los dos se atrevió a proponer un arreglo distinto para dormir. La habían pasado fenomenal en el yate, donde encontraron una botella de vino más y siguieron hablando de los viejos tiempos hasta que la música de jazz de la fiesta vecina se apagó y pensaron que era hora de volver. La corta distancia de La Marina a la casa hizo más fácil conducir el carrito, pero a la hora de encontrar la llave para abrir la puerta, las risas no se hicieron esperar y ambos parecían chiquillos traviesos burlándose de la situación. Virginia recordó que alguno de los dos sugirió ir a la piscina, quizás… ¡Traía puesto el traje de baño y no la pijama! Y entonces recordó que por eso se habían separado en la puerta, porque se reunirían en unos minutos en el jacuzzi. ¿Cuánto tiempo había pasado? Solo sabía que había tenido aquel sueño, por tanto, se había quedado dormida al menos unos minutos. Tomó otro sorbo de agua y aún aturdida por el vino decidió lanzar una mirada al patio para saber si él estaba allí esperándola. El traje de baño negro y de una sola pieza cruzaba en tirantes su espalda y dejaba al descubierto un escote discreto, pero escote al fin. Tomó un chal del mismo color que descansaba en la silla del escritorio, se envolvió en él y atravesó el pasillo. Lo vio saliendo de la cocina con un gran vaso de agua en la mano, su bañador azul y una toalla blanca colgada al cuello, estaba mojado, por ende había estado en el agua. Él la miró con cara de sorpresa y le dijo:

—Ya iba de vuelta a la habitación, ¡pensé que te habías arrepentido de ir a la piscina!

—Pues la verdad es que me quedé dormida unos minutos, pero sí que me hace falta entrar al jacuzzi y con agua muy caliente, así que vamos —dijo Virginia pensando en olvidar la desagradable sensación que le dejaba tener aquel sueño, justo cuando todo parecía haber sido olvidado.

— ¿Más vino? —preguntó Andrés riendo a sabiendas de que ya habían tomado demasiado.

—No es de princesas tomar de más… —le respondió Virginia guiñándole un ojo y quitándole el vaso de agua para bebérselo ella.

Andrés se dio vuelta entornando los ojos mientras pensaba en lo mucho que le gustaba la idea de quedarse con ella en la casa. « ¡Qué importa!», pensó… ¡Quizá le gustaría quedarse con ella para siempre!

Virginia se deshizo del chal y entró al jacuzzi que burbujeaba incesante. El olor a lavanda impregnaba el ambiente y el agua tibia acariciaba con ternura su cuerpo. Se sumergió por unos agradables segundos que quiso hacer eternos y, cuando salió a la superficie, Andrés ya estaba entrando al agua. No pudo evitar el sobresalto y el grito ahogado que llegó con él, provocando las burlas de Andrés por su «valentía».

—No esperaba verte de repente. ¡Me asustaste! ¡Tú también hubieras gritado! —dijo ella en tono defensivo. Y agregó, cambiando drásticamente el tema— ¿Por qué el agua huele a lavanda?

—Mi mamá insiste en poner sales aromáticas cuando viene a meditar. Han de haberse quedado por allí —mintió Andrés; era él quien las usaba para meditar.

—Pues el gusto de tu mamá es impecable. ¡Amo la lavanda! —dijo ella, mientras se sumergía otra vez.

AndrГѓВ©s se sumergiГѓВі tambiГѓВ©n y tomГѓВі un largo y profundo respiro mientras se decГѓВ­a a sГѓВ­ mismo que habГѓВ­a llegado el momento que por tantos aГѓВ±os ambos habГѓВ­an procrastinado.

Virginia lo sintiГѓВі moverse a sus espaldas y rodear con sus manos su cintura, no sabГѓВ­a si quedarse sumergida o salir, en pocos segundos ya no tendrГѓВ­a que decidirlo y, aunque no estaba segura de si ella habГѓВ­a emergido o si ГѓВ©l la habГѓВ­a sacado, lo cierto es que ahora la mitad de sus cuerpos estaba debajo del agua y la otra mitad estaba fuera. Ella esperГѓВі impaciente y callada, pues estaba de espaldas. ГѓВ‰l, sin soltar su cintura, la girГѓВі muy despacio en el agua hasta que finalmente quedaron frente a frente. Las burbujas reventaban estrepitosamente por todas partes y bajo la luna del solsticio, AndrГѓВ©s se inclinГѓВі hacia Virginia y la besГѓВі en los labios, primero con ternura y luego con la pasiГѓВіn de un amor colegial. Virginia pensГѓВі que seguГѓВ­a sumergida por completo en el agua. SentГѓВ­a cГѓВіmo sus cuerpos se acercaban hasta querer ocupar el mismo espacio, y sus manos, controladas por una fuerza superior a ella, subieron hasta alcanzar el rostro de AndrГѓВ©s. Sus cuerpos se enlazaban como imanes el uno al otro dentro y fuera del agua y, por un breve instante, fueron un solo cuerpo. Mientras tanto, la luna en cuarto menguante sonreГѓВ­a satisfecha.




CapГѓВ­tulo 7


Diez aГѓВ±os atrГѓВЎs, el ambiente festivo de diciembre inundaba el ambiente tal y como ahora con prematura anticipaciГѓВіn. Las luces y guirnaldas navideГѓВ±as comenzaban a adornar las principales avenidas, a pesar de que el mes de octubre no habГѓВ­a terminado. Como cada viernes, AndrГѓВ©s pasГѓВі a recoger a Virginia a su casa y enseguida se dirigieron a encontrarse con Marcelo, un amigo y excompaГѓВ±ero de estudios de AndrГѓВ©s, que lo habГѓВ­a ayudado a conseguir su antiguo puesto en la agencia de viajes y habГѓВ­a sido su apoyo en esos meses en los que reciГѓВ©n abrГѓВ­a su empresa de traducciones. Se conocГѓВ­an desde hacГѓВ­a muchos aГѓВ±os y habГѓВ­an compartido en mГѓВєltiples ocasiones, sobre todo cuando acababa de llegar de CanadГѓВЎ.

Marcelo, extrovertido y brillante como pocos, ya era buen amigo de Virginia, pues la conocГѓВ­a gracias a Iveth, con quien trabajaba en la agencia. Pero no fue sino hasta que AndrГѓВ©s se integrГѓВі al grupo que pensГѓВі en lo genial que era la compaГѓВ±ГѓВ­a de Virginia para tomar vino tinto los viernes en los parques de las grandes avenidas.

Esa noche AndrГѓВ©s bromeГѓВі con ella al recogerla pasadas las siete y hablaron de un viaje que pronto harГѓВ­a todo el grupo a la playa. El telГѓВ©fono de Virginia timbraba con desesperaciГѓВіn mientras hablaban y, a pesar de que ella lo miraba e ignoraba la llamada, AndrГѓВ©s insistГѓВ­a para que lo levantara, pues alcanzaba a ver el nombre del interlocutor y morГѓВ­a de curiosidad. La situaciГѓВіn se prolongГѓВі toda la noche, pues su exnovio, realmente enamorado, se negaba a dejarla ir y ella finalmente apagГѓВі en algГѓВєn momento el celular. Llegaron a encontrarse en el parque de siempre, y, como siempre, AndrГѓВ©s sacГѓВі del baГѓВєl la botella de vino, las copas y el descorchador. En aquella ГѓВ©poca, Virginia trabajaba en el departamento de ventas de una constructora turГѓВ­stica, habГѓВ­a dejado a su novio de dos aГѓВ±os porque ya no querГѓВ­a casarse con ГѓВ©l, y exploraba la desconocida y emocionante sensaciГѓВіn de sentarse a tomar vino con dos hombres que no eran nada mГѓВЎs que sus amigos.

La primera vez que Marcelo la llamó para una de estas aventuras, era ya tarde en la noche y cuando vio su número en el identificador de su celular, vestía su pijama. Se acostumbraba a sus primeras semanas sin novio y las llamadas nocturnas que recibía solían ser del pobre desdichado pidiendo que lo pensara mejor, así que cuando vio que no era él, tomó la llamada enseguida. Un escandaloso –y evidentemente tomado– Marcelo se escuchaba del otro lado en medio de la música diciendo: « ¡Te vamos a pasar a buscar, Andrés quiere salir contigo!». Su corazón latió violentamente, y no alcanzaba a entender con claridad el mensaje, no sabía qué significaba aquello y le respondió que ya era tarde y que estaba en pijama.

Ese fin de semana, aquella llamada fue el plato fuerte de conversación con Iveth y Gabriela, sus mejores amigas. Quizá Osvaldo tenía razón después de todo y Andrés sí quería salir con ella, quizá era Marcelo quien realmente quería salir con ella, ¡todo tenía tantas aristas en su cabeza! Tuvo que esperar al viernes siguiente, esta vez comieron juntos, como solían hacer a veces en una plaza cercana al trabajo de ambos, y Marcelo le dijo que saldrían a las siete… Ella dijo que sí.

Y a partir de aquel viernes esas salidas se hicieron una costumbre solo interrumpida por causas mayores o por salidas en grupos más grandes. La pasaban muy bien los tres hablando, riendo y, al llegar la medianoche, saliendo a buscar algo de comer. Ya lo habían hecho un par de veces y con el tiempo empezaron a integrarse al grupo otros amigos de Virginia, así que la noche de Navidad, Andrés y Marcelo estuvieron bailando hasta el amanecer con ella y sus amigos, en una noche que, aunque memorable, no todos podían recordar con claridad. Era un grupo realmente divertido y la pasaban bien… el coqueteo era infinito entre ellos dos, pero nunca –que ellos recordaran– había pasado de puro coqueteo.

Y aquella noche, mientras tomaban su botella de vino, ella descubrió algo en su mirada que no podía descifrar. Quería arrancar las palabras de su boca, pero no podía. Moría por entrar en su cabeza, pero le preocupaba delatarse… Una doncella no puede permitirse revelar sus sentimientos jamás. Y cuando Andrés la llevaba de regreso a casa con el respeto y formalidad que lo caracterizaban, Virginia tuvo que luchar contra viento y marea para no preguntarle qué sentía por ella; quizá, de haberlo hecho, las burbujas de lavanda hubieran reventado diez años antes.

Todos esos recuerdos pasaban por su cabeza cuando el agua tibia del jacuzzi comenzГѓВі repentinamente a tornarse frГѓВ­a como hielo, las burbujas de lavanda dejaron de reventar y las luces que iluminaban el fondo de la piscina de un tono azul brillante se apagaron. El resto de la casa seguГѓВ­a iluminado, pero todo el patio permanecГѓВ­a a oscuras. OcurriГѓВі de pronto y no tuvieron mГѓВЎs alternativa que salir del agua, pues la temperatura bajГѓВі tan de prisa que parecГѓВ­a que todo iba a congelarse. AndrГѓВ©s pensГѓВі que algo se habГѓВ­a descompuesto y quiso ver los interruptores, pero Virginia le advirtiГѓВі que dejara a los expertos electricistas que vinieran en la maГѓВ±ana a revisar y sugiriГѓВі entrar a la casa.

Las nubes comenzaron a ocultar la luna que minutos antes les sonreía y se desató una tormenta eléctrica que transformó el romántico escenario anterior. Se acurrucaron envueltos en las toallas en el sofá de la sala para calentarse y ninguno se animó a iniciar la conversación, así que se quedaron simplemente allí, recostados uno en el otro hasta que finalmente Andrés habló, pero ella ya estaba dormida… Así que se recostó otra vez y allí les encontró la mañana.




CapГѓВ­tulo 8


El aviГѓВіn aterrizГѓВі unos minutos antes de lo pautado en el aeropuerto de Santo Domingo. La escala en Nueva York habГѓВ­a sido mГѓВЎs larga de lo planeado porque se averiaron los sistemas de transporte automГѓВЎtico del equipaje y estaban subiГѓВ©ndolos manualmente. La estancia en Quebec habГѓВ­a sido corta pero agradable, sus sobrinas habГѓВ­an resultado ser tan adorables como en las fotografГѓВ­as que enviaba a la familia su hermana Sophie. La novedad de las gemelas reciГѓВ©n nacidas habГѓВ­a movilizado a toda la familia a CanadГѓВЎ por unas semanas, interrumpiendo los planes de AndrГѓВ©s para el mes mГѓВЎs festivo del aГѓВ±o. Partieron a principio de diciembre a Quebec para conocer las niГѓВ±as y compartir juntos la Navidad y el fin de aГѓВ±o, sin embargo a mediados de mes, con la excusa del cierre contable de su reciГѓВ©n formada empresa de traducciГѓВіn, AndrГѓВ©s anunciГѓВі que regresarГѓВ­a al paГѓВ­s antes de las fiestas.

Ante las protestas de su madre, la conformidad de su padre y la indiferencia de sus hermanas, tomó el avión de regreso y en todo el viaje solo pudo pensar en ella y en el momento en que se encontrarían otra vez, en sus noches de vino tinto y ruido citadino… Quizá ahora lograría que no estuviera Marcelo, o el resto de personas que solían aparecer de la nada justo cuando hubiera querido hablar a solas con ella. Pensó que tal vez no había hecho lo suficiente para que ella notara su interés más allá de la amistad, pero eso definitivamente iba a cambiar. Ya estaba soltera…Aunque su teléfono no dejaba de sonar y ella contestaba; no siempre, pero a veces contestaba. Quizá aún quería volver con aquel novio impertinente. Durante las siete largas horas de vuelo pensó en muchas cosas, ninguna tenía que ver con la contabilidad de su compañía.

El capitГѓВЎn hizo el anuncio de bienvenida a la ciudad, seguido del aviso de que los mantendrГѓВ­a en pista unos minutos esperando una puerta disponible, ya que se habГѓВ­an adelantado. La noche se deslizaba sigilosa por la ventana y pensГѓВі aprovechar que no era tarde para llamarla; no habГѓВ­an hablado ni siquiera por correo electrГѓВіnico durante los diez dГѓВ­as que habГѓВ­a estado en Quebec, asГѓВ­ que el sonido de su voz serГѓВ­a mГѓВєsica para sus oГѓВ­dos. Y es que, en la soledad de la nieve que arropaba el paisaje, visto desde el jardГѓВ­n delantero en casa de su hermana, comprendiГѓВі que la extraГѓВ±aba demasiado y, aunque volver significaba pasar por primera vez la Navidad lejos de sus padres, cuando llegГѓВі el viernes y su madre le pidiГѓВі descorchar el vino, decidiГѓВі que descorcharГѓВ­a la prГѓВіxima botella con Virginia.

El celular repicaba incesante con la canciГѓВіn de apertura de El Fantasma de la ГѓВ“pera. Pasaban unos minutos de las nueve de la noche de aquel domingo de diciembre y Virginia preparaba su ropa para ir a trabajar al dГѓВ­a siguiente. SintiГѓВі la mГѓВєsica de su obra de teatro preferida inundar apasionadamente la habitaciГѓВіn y mirГѓВі la pantalla. Sorprendida de ver el nombre de AndrГѓВ©s Nova en su identificador, pulsГѓВі con creciente curiosidad el botГѓВіn para contestar:

— ¿Sí?

— ¿Sí?, ¿es la forma de contestar en estos días?

— ¿Llegaste? —preguntó una desconcertada Virginia.

—Casi… Aún no bajo del avión, pero sí... —dijo Andrés mientras escuchaba el intercambio de las azafatas indicando que habían aparcado el avión y podían salir.

Como su asiento estaba en primera clase lo invitaron a salir recordГѓВЎndole que debГѓВ­a abstenerse de usar el celular en el ГѓВЎrea de migraciГѓВіn. Se puso de pie para tomar su equipaje del maletero superior, mientras intentaba sostener el celular con su hombro para no interrumpir su conversaciГѓВіn.

— ¿De verdad estás todavía en el avión? —continuaba con incredulidad Virginia, que escuchaba las bocinas dando los avisos mientras hablaban.

— ¿Por qué te sorprende?—le dijo él, sin saber aún el origen de tan repentina valentía.

Ya caminaba hacia fuera y empezaron a aparecer las seГѓВ±ales de prohibiciГѓВіn y no tuvo mГѓВЎs remedio que decirle que volverГѓВ­a a llamarla desde el automГѓВіvil.

TranscurriГѓВі una hora completa desde la primera llamada hasta la segunda. Durante esos sesenta minutos de confusiГѓВіn, Virginia marcГѓВі a su amiga Iveth, que a su vez puso en la lГѓВ­nea a Gabriela y empezaron a elaborar teorГѓВ­as del significado de lo que habГѓВ­a pasado. La primera vez que hablaron de eso, cuando la llamГѓВі Marcelo, quedaron mil dudas por aclarar, esa noche habГѓВ­an quedado despejadas. Definitivamente AndrГѓВ©s estaba locamente enamorado de Virginia, no habГѓВ­a dudas. Llamarla apenas habГѓВ­a aterrizado su aviГѓВіn era la forma mГѓВЎs sutil y a la vez exagerada de demostrarlo; decirlo hubiera sido mГѓВЎs fГѓВЎcil, pensГѓВі Gabriela, ya que, en su opiniГѓВіn, ese gesto hacГѓВ­a que pareciera desesperado.

Por varios minutos solo hablaban Iveth y Gabriela, mientras ella esperaba a que sonara El Fantasma de la Opera nuevamente. Cuando eso finalmente pasГѓВі, le tomГѓВі menos de cinco segundos decirles a las chicas que las llamarГѓВ­a despuГѓВ©s.

— ¡Disculpa! Ni siquiera vi bien la hora, apenas acabo de salir y me espera Marcelo. ¡No debí llamarte tan tarde!

—¡No!, ¡está bien! Es decir, estaba despierta… ¿Y cómo te fue? ¡Pensaba que regresarías después de año nuevo!

—Sí, pero tenía que resolver algunos asuntos de la empresa. Alcanzo a ver a Marcelo, ¿crees que podríamos almorzar juntos mañana?

—Sí, claro… Me alegra que hayas regresado… A salvo, quiero decir, ¡qué descanses! Mañana me avisas para coordinar —dijo Virginia, algo decepcionada de tener que colgar.

Se despidieron. Un impaciente Marcelo esperaba a su amigo para entender los detalles del anticipado regreso y ahora tambiГѓВ©n querГѓВ­a saber con quiГѓВ©n venГѓВ­a conversando en el celular si apenas acababa de llegar.

—Le avisaba a mi mamá que ya estoy aquí —mintió, ante la insistencia de Marcelo.

El cielo comenzГѓВі a nublarse y ocultГѓВі la tenue luz de la luna en cuarto menguante. LlovГѓВ­a en la ciudadГўВЂВ¦




CapГѓВ­tulo 9


El aviso de tormenta se extendiГѓВі ese lunes a toda la isla y lo que empezГѓВі como una leve llovizna aquel domingo de diciembre del aГѓВ±o dos mil siete se convirtiГѓВі en la Tormenta Olga. El fenГѓВіmeno atmosfГѓВ©rico dejГѓВі catorce muertos en la RepГѓВєblica Dominicana, mГѓВЎs de treinta mil personas damnificadas y daГѓВ±os en miles de casas. AdemГѓВЎs de mГѓВєltiples poblados incomunicados, los estragos de las lluvias que iniciaron el lunes y se prolongaron por setenta y dos horas, impidieron tambiГѓВ©n el encuentro esperado por Virginia y AndrГѓВ©s.

La ciudad se tornГѓВі intransitable durante varios dГѓВ­as y cuando finalmente se restablecieron las comunicaciones, las prioridades de todos habГѓВ­an cambiado y el trabajo acumulado durante los dГѓВ­as no laborables impidiГѓВі que ese viernes retomaran la rutina.

Cora Gibson, la asistente personal de Andrés, tomaba las llamadas de Virginia a la oficina, algunas veces anotaba sus mensajes y otras simplemente olvidaba entregarlos. La chica era una rara excepción en el mundo de las rubias; hablaba cinco idiomas con apenas veintitrés años, así que, además de anotar algunos mensajes, recibía los pedidos de clientes y se encargaba de las traducciones más sencillas. Era hija de una pareja canadiense, buenos y viejos amigos de sus padres. Pasaron juntos muchas navidades en su niñez, y a pesar de que era apenas cinco años menor que él, la seguía viendo como la niña de ojos azules y larga cabellera rubia que siempre jugaba con sus hermanas. Cuando ella llegó a pedirle trabajo recién graduada de una licenciatura en Lenguas Extranjeras, le pareció extraño que, siendo su padre el gerente general de una multinacional canadiense, acudiera a su microempresa de traducción. Era un gran recurso, así que no dudó en darle el puesto, no sin antes aclararle que la paga era modesta. Sabía de su inteligencia por los elogios que su madre no cesaba de expresar cuando quería reprocharles algo a sus hermanas y más de una vez doña Sonia había insinuado que Dante debía salir con ella, pues como era políglota podría acompañarlo en sus giras con la filarmónica sin sentirse fuera de lugar. Dante solo contestaba a estos comentarios que: « ¡Ya suficiente hablan las mujeres que conocen una sola lengua! ¡De solo pensar cuánto hablaría una que puede hacerlo en cinco lenguas, ya estoy agotado!».

Bromeaba, por supuesto. Cora era bailarina clásica de la academia de artes de Quebec antes de que la empresa donde trabajaba su padre lo escogiera para abrir sus oficinas en Santo Domingo y se mudaran. Se veían con alguna frecuencia y en más de una ocasión quiso invitarla a salir; en una época, durante las clases de verano, salía de clases al atardecer y esperaba unos minutos en un banco al pie de las escaleras a que saliera ella. Cora vestía siempre el uniforme de leotardo negro y mallas rosa, parcialmente ocultas por un tutú de igual color, atado a su minúscula cintura. Solía desatar su copiosa cabellera justo antes de bajar las escaleras, y la dorada melena recorría la espalda, apenas cubierta, hasta alcanzar el lazo de su tutú. Ella sabía que aquel ritual atraía las miradas de más de un estudiante, y sabía también que uno de ellos era Dante. El problema era que lo conocía por sus romances veraniegos, primaverales y en fin… Ninguno duraba más de una estación.

La idea de tener que verlo en Navidad, cuando era seguro que para otoГѓВ±o ya tendrГѓВ­a otra novia, desechaba cualquier esbozo de debilidad ante sus propuestas seductoras. AsГѓВ­ que por mucho que Dante insinuГѓВі sus intenciones, ella siempre le dejГѓВі claro que no estaba interesada en lo absoluto. No habГѓВ­a sido sencillo, porque definitivamente ГѓВ©l era un gran partido. Su cuerpo bien formado, producto de aГѓВ±os practicando la nataciГѓВіn y su abundante cabello negro llevado a los hombros eran solo unos pocos de sus atractivos. Era el mejor violinista de la academia; sus solos eran apasionados y brillantes y los rumores de que la filarmГѓВіnica pronto lo contratarГѓВ­a para sus giras internacionales habГѓВ­an elevado su popularidad al cielo. Pero Cora, pese a su juventud, era determinada en sus decisiones y no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.

Así que los comentarios de doña Sonia no eran totalmente desacertados; sin embargo, con tanta atención, Dante no perdería la cabeza por tener una damisela menos en su creciente colección y, con el tiempo, la descartó como pareja y siguieron siendo amigos. Cora, por otro lado, pasó la mitad de su adolescencia lanzando indirectas al «hermano bueno», como solía llamar a Andrés cuando hablaba de él con sus amigas de la academia. Pero se veían solamente en ocasiones especiales, pues Andrés no contaba las artes como una de sus pasiones y las horas libres las pasaba en la cancha de tenis o en la piscina. La pobre chica hacía visitas improvisadas a la casa Nova con la excusa de practicar el arabesque de la próxima función con Anne y Sophie, ambas compañeras de clase; sin embargo, pasaba más tiempo interrogándolas sobre la última conquista amorosa de Andrés, que casi nunca estaba en casa.

AndrГѓВ©s nunca notГѓВі, en los aГѓВ±os previos a que trabajaran juntos, el creciente interГѓВ©s romГѓВЎntico de Cora por ГѓВ©l. Pero, en fin, ГѓВ©l habГѓВ­a demostrado que no tenГѓВ­a buena intuiciГѓВіn en el amor. Es por eso que cuando finalmente ella lo invitГѓВі a salir sin preГѓВЎmbulo alguno el viernes posterior a la tormenta, la sorpresa se dibujГѓВі en su rostro y se preguntГѓВі en quГѓВ© momento se habrГѓВ­a convertido esta chiquilla en una adulta.

Desconcertado, usГѓВі la vieja excusa de un compromiso previo para desanimarla y, luego de convencerla de forma cariГѓВ±osa de bajar de su escritorio, continuГѓВі trabajando en su computadora mientras ella se alejaba a su puesto con una sonrisa en los labios y la convicciГѓВіn de que en poco tiempo lo tendrГѓВ­a a sus pies. La sorpresa de la repentina invitaciГѓВіn dejГѓВі a AndrГѓВ©s pensando en otros temas y por unos minutos dejГѓВі de preguntarse el porquГѓВ© de su silencio.

El fin de semana, Marcelo sugiriГѓВі ver una pelГѓВ­cula de terror en su casa para levantar los ГѓВЎnimos tras la tormenta. Todo el grupo hizo acto de presencia y mГѓВЎs de diez amigos estaban reunidos para ver la cuarta entrega de El Juego del Miedo, estrenada hacГѓВ­a un par de semanas en el cine y disponible en copias clandestinas gracias al amigo de un amigo de Marcelo.

Iveth y su prometido llegaron temprano, Gabriela y Osvaldo que ya llevaban un par de meses saliendo juntos se unieron poco despuГѓВ©s. A la primera oportunidad, Iveth se acercГѓВі a AndrГѓВ©s que, sentado en el sofГѓВЎ con una copa de vino, conversaba con Marcelo sobre lo ocurrido con Cora.

— ¿Interrumpo? —preguntó ella, sentándose al lado de su amigo y antes compañero de trabajo.

— ¡Nunca! —dijo Marcelo, poniéndose de pie para abrir la puerta, que sonaba a pocos pasos de ellos.

— ¿Y tú? ¿Has hablado con Virginia? ¿Sabes a qué hora viene? —inquirió Andrés, con un tono de fingida indiferencia al dirigirse a Iveth.

—Su teléfono celular se descompuso con la tormenta y anoche, que hablé con ella, aún no lo habían reparado. ¿De verdad no han conversado ustedes dos? —preguntó Iveth, mientras observaba su reacción atentamente, pero él no estaba poniendo atención.

Su mirada se dirigГѓВ­a a la puerta, por donde hacГѓВ­a su entrada Virginia, en un inolvidable vestido rojo, corto y de falda ancha, que dejaba al descubierto sus piernas lindas y bien formadas. Su cabello corto se agitaba con soltura mientras giraba la cabeza de un lado a otro saludando con un beso a todos y dejando discretas marcas de su labial rojo rubГѓВ­ en mГѓВЎs de una mejilla. Cuando finalmente llegГѓВі al sofГѓВЎ tuvo que sostener su falda para agacharse a saludar a Iveth y luego a AndrГѓВ©s, que se apurГѓВі en ponerse de pie, como le habГѓВ­an enseГѓВ±ado sus padres que se hace cuando una dama entra al salГѓВіn.

Se encontraron a medio camino y sus rostros quedaron muy cerca… demasiado cerca. La película ya iba a comenzar.




CapГѓВ­tulo 10


Las gotas de sudor comenzaron a empapar su frente y minutos después la escuchó gritar ahogadamente: « ¡Suéltame!». La tenía ligeramente abrazada y pensó que se dirigía a él. Levantó su brazo y notó que seguía dormida; evidentemente estaba teniendo una pesadilla. Segundos después despertó por completo, visiblemente angustiada y ajena todavía al lugar donde se encontraba: los brazos de Andrés.

Un impetuoso sol se colaba por las cortinas y con ГѓВ©l una brisa ligera que las agitaba esporГѓВЎdicamente; no cerraron las puertas de cristal que daban acceso al patio trasero. Ambos se incorporaron sin saber exactamente quГѓВ© decir.

—Hace calor hoy. Buenos días… —dijo ella, interrumpiendo el silencio.

— ¡Buenos días! Haré café. —respondió él, poniéndose de pie, no sin antes besar su cabeza, preguntándose qué habría estado soñando minutos antes.

Virginia aprovechó para correr a su cuarto. Vestía la misma toalla y el traje de baño de la noche anterior, así que se dio una ducha. El agua fría recorrió su espalda y la espuma de baño con aroma a lavanda trajo de vuelta las imágenes de la noche anterior. Salió de la ducha y se envolvió en una elegante bata de baño blanca que colgaba de la puerta. ¿Qué habría pasado con el jacuzzi? Se preguntó mientras cepillaba sus dientes. Secaba su cabello cuando lo escuchó tocar anunciando que el café estaba listo.

— ¡Puedes pasar! —dijo, mientras salía del cuarto de baño. Miró el reloj en el escritorio, apenas y marcaban las ocho de la mañana, si acaso habrían dormido unas tres o cuatro horas.

— ¡Café! —exclamó Andrés extendiéndole una de las dos tazas azules que traía en la mano.

—Gracias, me hace falta. ¿No dormimos mucho, verdad? —dijo Virginia con una sonrisa involuntaria dibujada en los labios.

—Pues yo considero que tú dormiste bastante. ¿Tienes planes hoy? —preguntó Andrés, bajando por unos instantes la mirada.

—Pues, déjame ver… Primero que nada, tengo que recordarte que llames al electricista. ¡Y luego… desayunar! ¡Muero de hambre! —respondió Virginia tomando un sorbo de café.

Los separaban solo un par de pasos y AndrГѓВ©s los redujo cuando rodeГѓВі su cintura con su mano libre, la atrajo hacia su pecho y besГѓВі sus labios con ternura por apenas unos segundos.

—Hueles a lavanda… —le dijo él mientras acariciaba su espalda.

—Hueles a café… —le respondió ella mientras lo empujaba fuera de la habitación para cambiarse.

Quedaron en verse unos minutos despuГѓВ©s para desayunar juntos. Virginia no podГѓВ­a creer lo que estaba ocurriendo en aquel momento, no es que en realidad hubiera pasado algo extraordinario, apenas se habГѓВ­an besado, pero lo que sentГѓВ­a cada vez que ГѓВ©l la tocaba era algo que hacГѓВ­a muchos aГѓВ±os no experimentaba. Su corazГѓВіn latГѓВ­a como el de una quinceaГѓВ±era entusiasmada con su primer amor y parecГѓВ­a insensato hasta para ella, una empedernida romГѓВЎntica que guardaba un ejemplar en capa dura de Orgullo y Prejuicio en su mesita de noche.

AprovechГѓВі para escribir un mensaje a su hija Noelia, que pasaba las vacaciones en SГѓВ­dney, Australia, con su padre y abuelos paternos. Estar lejos de ella por todo un mes al principio le resultГѓВі una agonГѓВ­a, pero era consciente de que no tenГѓВ­a derecho a anteponer sus intereses a los de su hija y Dios sabГѓВ­a que su exmarido ya sufrГѓВ­a bastante con no poder estar con la niГѓВ±a todo el tiempo.

Su matrimonio durГѓВі casi cuatro aГѓВ±os, Noelia tenГѓВ­a dos cuando Virginia decidiГѓВі poner fin a la relaciГѓВіn, ahora la niГѓВ±a tenГѓВ­a cuatro. Nunca quiso irse a vivir a SГѓВ­dney con el padre de su hija; no era parte del trato. Tal vez nunca lo amГѓВі lo suficiente como para dejarlo todo por ГѓВ©l, que la amaba demasiado y sГѓВ­ habГѓВ­a dejado su familia y su paГѓВ­s por ella. Noah era el representante de una universidad australiana que auspiciaba un programa de becas. Pasaba al menos la mitad del aГѓВ±o trabajando con las solicitudes, evaluaciones y entrevistas de los candidatos. En ocasiones impartГѓВ­a charlas motivacionales a los estudiantes de la universidad local que fungГѓВ­a como socio estratГѓВ©gico. AsГѓВ­ se conocieron. Virginia acompaГѓВ±aba a Iveth a una de las charlas, pues se habГѓВ­a divorciado hacГѓВ­a poco y estaba deseosa de alejarse de todo y de todos. A unas semanas de finalizar la maestrГѓВ­a en negocios que cursaban juntas, vieron el anuncio de la charla y entraron a oГѓВ­rla.

El apuesto australiano llevaba el cabello largo y rubio sostenido en el cuello con una liga, a pesar de que algunos mechones se resbalaban y colgaban sobre sus pómulos definidos y bronceados. Llevaba una camisa blanca que solo llegaba al antebrazo, sus vaqueros azules combinaban con sus ojos y las botas negras parecían adecuadas para cualquier escenario menos para el de una charla sobre becas universitarias para postgrados y doctorados. « ¡Australia…!», había susurrado Iveth dando un codazo a su compañera, que recordó aquello mientras escribía el mensaje para Noelia en su teléfono y veía la foto de su exmarido en el perfil.

Fue un encantamiento a primera vista para ambos. La quГѓВ­mica no se hizo esperar y una extrovertida Virginia levantГѓВі la mano varias veces para hacer preguntas. Su amiga la desconocГѓВ­a por completo; estaba coqueteando descaradamente con ГѓВ©l, la misma que meses antes habГѓВ­a sido incapaz de impedir que el amor de su vida se casara con otra. Los nueve meses que durГѓВі el noviazgo parecieron una eterna luna de miel, con las interrupciones necesarias de sus regresos a SГѓВ­dney, el resto del tiempo lo pasaron juntos.

Cuando se casaron, sus familias tenían distintas opiniones acerca de dónde debían vivir, pero todos coincidían en algo: era decisión de la pareja. Para ella, Australia siempre fue un destino al que ir de vacaciones; allí pasaban algunas semanas, cuando las vacaciones de su trabajo se lo permitían. Eso no cambiaría, ya se lo había dicho muchas veces, y él lo había aceptado. Pero cuando nació Noelia, todo se complicó, él quería llevar a la niña a Sídney cada vez que debía viajar por su trabajo durante un mes. «Estará bien con mis padres, mientras estoy en la universidad», decía él. « ¡Donde esté mi hija, estoy yo!», decía ella.

Finalmente, luego de casi dos aГѓВ±os de discusiones, a Noah le ofrecieron una vicerrectorГѓВ­a en la universidad. Era una tonterГѓВ­a negarse, pues el programa de becas cerrarГѓВ­a ese aГѓВ±o y profesionalmente la oferta era un gran honor. Pero el puesto era en SГѓВ­dney y a tiempo completo; ella se lo hizo fГѓВЎcil y le propuso el divorcio, acordaron amigablemente la custodia compartida de Noelia y, poco a poco, ella aprendiГѓВі a desprenderse de la niГѓВ±a por algunos dГѓВ­as, en ciertas ГѓВ©pocas del aГѓВ±o. Desprenderse de ГѓВ©l fue mГѓВЎs fГѓВЎcil, quizГѓВЎ demasiado. Se dejГѓВі llevar por una emociГѓВіn y se casГѓВі con ГѓВ©l sin amarlo; lo apreciaba, eso estaba claro, pero como a un gran amigo. En cambio, claramente ГѓВ©l estaba mucho mГѓВЎs enamorado y, a pesar de que en las parejas siempre habrГѓВЎ uno que quiera mГѓВЎs, si uno ama pero el otro solamente quiere, es obvio que al final alguien saldrГѓВЎ innecesariamente herido. Ella aprendiГѓВі por experiencia.

Esperó una respuesta a su mensaje; le llegó una fotografía de su hija en la playa, luego un video de la niña enviándole un beso… Luego él le envió un beso. Afuera, el sol brillaba con nitidez apoderándose con su luz de todo el cielo. Comenzó a vestirse.




CapГѓВ­tulo 11


Villas ParaГѓВ­so estaba cuidadosamente clasificado en residenciales que respondГѓВ­an a los siete colores del arcoГѓВ­ris y no habГѓВ­a mГѓВЎs de treinta villas de cada color. La villa de la novia y las que habГѓВ­an rentado los invitados estaban en ParaГѓВ­so Azul. Muy cerca de allГѓВ­ estaba ParaГѓВ­so Cian, donde los huГѓВ©spedes podГѓВ­an disfrutar de la playa y los salones para actividades.

En ParaГѓВ­so Violeta estaban La Marina y el centro de actividades nocturnas, que, a pesar de tener poca actividad en dГѓВ­as de semana, desde los viernes se convertГѓВ­a en una fiesta desde la tarde hasta el amanecer, una fiesta que muchas veces continuaba en ParaГѓВ­so Cian. El resto de los colores eran residenciales con villas para huГѓВ©spedes e instalaciones deportivas y recreativas comunes. La villa de los padres de AndrГѓВ©s estaba en ParaГѓВ­so Naranja.

El jueves se dibujaba radiante. En una villa de ParaГѓВ­so Azul, una impaciente novia intentaba comunicarse sin ГѓВ©xito por el celular con su dama de honor. El ensayo serГѓВ­a en unas horas y necesitaba hablarle, ni siquiera sabГѓВ­a si estarГѓВ­a a tiempo en Las Galeras. La villa de invitados estaba rentada desde el viernes y querГѓВ­a decirle que esa noche podГѓВ­a dormir con ella, pero no lograba localizarla.

En el comedor, a unos pasos de la novia, Lourdes movГѓВ­a cielo y tierra para conseguir a todos los miembros del cortejo antes de las cuatro de la tarde en la playa. No era su primera boda, pero sГѓВ­ era la primera en Villas ParaГѓВ­so y tenГѓВ­a que quedar perfecta. Preparaba los guiones para la tarde, cuando escuchГѓВі a Iveth dejando un mensaje quejГѓВЎndose de su dama de honor y se acercГѓВі con curiosidad.

— ¿Pero… estás llamando a Betina? Llegó ayer, no te preocupes… ¡Tengo todo resuelto con su alojamiento! —dijo Lourdes en tono triunfal.

— ¿Betina? ¿Quién es Betina, por Dios? —exclamó la novia, visiblemente irritada.

— ¡Tu dama de honor, Iveth! ¡Llegó ayer temprano con todo lo que le pedí! Está alojada con este chico que nos hace el favor de alojar a otros invitados desde mañana —dijo Lourdes completamente confundida.

— ¡Lourdes! ¿De qué hablas? ¡Mi dama de honor se llama Virginia, Virginia Duval, por Dios! ¡Vas a provocarme un ataque! —respiró ligeramente aliviada Iveth, aunque visiblemente molesta con su planificadora.

— ¿Estás segura? —insistió con incredulidad la jovencita, mientras agitaba los guiones que tenía en la mano buscando el nombre que tenía anotado.

— ¡Pero claro que estoy segura! ¿Acaso no voy a saber cómo se llama mi mejor amiga? —le reclamó elevando el tono de voz y preguntándose de dónde habría sacado la idea de contratarla.

Finalmente Lourdes consiguiГѓВі encontrar a Virginia Duval en su lista y le reiterГѓВі a la alterada novia que estaba alojada ya en otra villa, al menos hasta que estuviera lista la suya. Cuando le dijo en quГѓВ© villa estaba, se asegurГѓВі de buscar en su lista el nombre correcto del dueГѓВ±o, pero la novia se dio tal susto que el ataque anterior le habГѓВ­a parecido una broma comparado con este. CorriГѓВі a la cocina por agua y le preguntГѓВі si acaso habГѓВ­a hecho algo mal al alojarla allГѓВ­.

Pero Iveth no la escuchaba. Marcaba con insistencia el nГѓВєmero de celular de Virginia, que seguГѓВ­a repicando sin respuesta. IntentГѓВі llamar a AndrГѓВ©s, pero obtuvo el mismo resultado; pensГѓВі en correr a la villa, que no estaba lejos de la suya y se detuvo para mirar a Lourdes, que seguГѓВ­a sosteniendo el vaso de agua con el rostro descompuesto por el miedo.

— ¡Eres una genio Lourdes! ¡No sé por qué no se me ocurrió a mí! —y se marchó escaleras arriba dejando a la chica más confundida que antes.

Iveth escribГѓВ­a los mensajes con la mayor rapidez que le daban sus dedos temblorosos. Por apenas unos segundos olvidГѓВі que era la protagonista de aquel fin de semana y siguiГѓВі escribiendo. Finalmente su telГѓВ©fono timbrГѓВі.

— ¿Me puedes explicar qué pasa, por favor? ¡Vas a hacer que dé a luz antes de tiempo y entonces me perderé la boda! —reclamaba con curiosidad Gabriela desde la otra línea.

— ¡La chica hippie que me has recomendado para planificar la ceremonia enloqueció y los ha puesto a dormir juntos! —le decía Iveth sin poder ocultar las carcajadas.

— ¡Pero, por Dios, no te entiendo nada! ¡Has escrito en el mensaje puras consonantes! ¡Creía que tus sobrinos habían tomado el teléfono! —insistía su amiga, que por su embarazo de casi ocho meses no llegaría sino hasta el sábado.

— ¿De verdad? ¡Juraba que había escrito claramente! ¡En fin, que Lourdes ha mandado a Virginia a dormir desde ayer en casa de los padres de Andrés! Pensaba que él vendría el sábado. ¡Esta chica le cambia los nombres a todo el mundo y me dijo antes que quien llegaba el lunes era Ángel, un amigo de Gastón! —trataba de explicar con creciente emoción Iveth.

—¡¡¡No te lo puedo creer!!! ¿Pero, qué te dijo Virginia? ¡De seguro pensó que fue tu idea y te quiso matar! ¿Y esperas hasta ahora para decírmelo? ¡Si ella salió ayer pasado el mediodía! —le reclamaba con vehemencia Gabriela.

— ¡Pues te diré que no he hablado con ella! Ni siquiera sabía que había llegado… Me acabo de enterar. Como esta chica cambia los nombres a todos, me decía que lo que se necesitaba me lo había traído una tal Betina. Pensé que era su empleada o algo… —continuó, excitada, Iveth.

La conversaciГѓВіn se extendiГѓВі unos minutos mГѓВЎs y la curiosidad por saber lo que habГѓВ­a pasado en las ГѓВєltimas veinticuatro horas las mantuvo en vilo a ambas un par de horas mГѓВЎs. El sol seguГѓВ­a brillando con insistencia, eran las dos de la tarde y el ensayo se realizarГѓВ­a a las cinco. Mientras tanto, en la villa nГѓВєmero diecisiete, dos celulares vibraban incesantes en alguna parte del entrepiso.




CapГѓВ­tulo 12


El animado joven del clima anunciaba un sol cГѓВЎlido durante la maГѓВ±ana y brisa ligera para todo el fin de semana. Lourdes respiraba aliviada porque, exceptuando el incidente del cambio de nombres que casi le provoca un ataque de nervios unas horas antes, estaba saliendo todo de maravillas. El cortejo estaba compuesto por la dama de honor, dos damas adicionales, la niГѓВ±a de las flores y el sobrino de la novia, que entregarГѓВ­a los anillos.




Конец ознакомительного фрагмента.


Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=40850709) на ЛитРес.

Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.



Если текст книги отсутствует, перейдите по ссылке

Возможные причины отсутствия книги:
1. Книга снята с продаж по просьбе правообладателя
2. Книга ещё не поступила в продажу и пока недоступна для чтения

Навигация